jueves, 5 de abril de 2012


Querido padre:
Tengo tanto que agradecerte que no encuentro palabras suficientes para hacerlo. Me trajiste al mundo hace mucho tiempo, fue un nacimiento bello y nítido. Me instruiste en las primeras palabras, a mantenerme en pie, a caminar...Me adoctrinaste con esmero cuidando de mi sin descanso. Fui una adolescente incomprensible a veces, pero perfilaste todos tus esfuerzos para que yo llegase a ser la más destacada, la más bella y todo tu amor se ha visto reflejado en mi. En mi sutil belleza, muchos no han sabido comprender ni tu pensamiento ni los rasgos de mi presencia. No podríamos vivir el uno sin el otro. Si tú no me vistes, me encuentro desnuda, nívea e inerte y tú, sin mí, no eres nada. Nos une toda una vida que al mismo tiempo nos convierte en inmortales. Tu muerte implicaría mi desaparición instantánea de la faz de la Tierra, aunque siempre quedaría mi recuerdo y el tuyo plasmado en la Historia.
Lo que más nos vincula son los recuerdos, los amores sentidos, los momentos nostálgicos y frustraciones vividas por ti en los que me has expresado todo con la mayor sinceridad. Aunque somos dos, somos uno porque estaremos eternamente unidos.
Dedicado a mi padre "el poeta", de su hija "la poesía".

2 comentarios:

Anna Genovés dijo...

Elena,

Hermoso y con un sentimiento profundo y sincero de tu identidad.

Yo también estaría perdida sin mi maestro. Me identifico mucho con esta prosa poética que has compuesto. Besos,

Ann@ Genovés

Elena dijo...

Sí, es una especie de microrrelato metalingúistico. He personificado la poesía como hija del poeta, que es el padre.